Un movimiento en el misterio
2004
The dark side of exposure is over exposure. (El lado oscuro de la exposición es la sobreexposición).
— Thomas Keenan, Mobilizing Shame

1

«La estética a la Bush», no sé si oí el término o si lo inventé. Tom Keenan dice que estamos en una época en la que «la estética se encuentra en una extrema proximidad a lo ético-político»;2 pero es cierto también que, en el siglo pasado, pasamos por Goebbels y Speer; pasamos por un período en el que la propaganda no era para nada solo un suplemento, sino la esencia misma del proyecto nacionalsocialista.3 Sea lo que sea, nos puede servir una breve definición para aclarar lo que se entiende aquí por «la estética a la Bush», puesto que no se trata simplemente del aspecto teatral de dicha administración. Pongámoslo de esta manera: cuando el presidente de Colombia Álvaro Uribe Vélez, un día de 2002, designó con un solo nombre todos los grupos armados, tanto los que llevaban más de cuarenta años de lucha, como los maoístas, leninistas, trotskistas, así como los nuevos grupos armados de extrema derecha, llamándolos a todos con la única rúbrica de «terroristas», se estaba suscribiendo a esa estética… Un análisis de la nueva campaña de publicidad de Coca-Cola podría también servirnos como una buena definición, pero vamos
a volver a esto más adelante.

Hay algo que surgió en medio de las cenizas de Ground Zero, una construcción que se levanta sobre la base de preceptos de una arquitectura muy inteligente. Un edificio sólido —incluso indestructible— que ha incorporado la más sorprendente invención de todas: el hecho de que no tiene ninguna fundamentación. Digamos que es inteligente de la misma manera que es un sinsentido. La noción de una «zona cero», y si se quiere también la de «año cero», en el sentido de un profundo desconocimiento de la historia, impregna todo el proyecto, de la A a la Z. El mundo a la Bush es como una novela de James Joyce: la palabra nombra la realidad que la palabra nombra de nuevo. Así que el edificio es indestructible, verdaderamente fluido, de la misma manera que la «guerra contra el terrorismo» no se puede perder, como tampoco se puede ganar. Cualquier terapeuta dedicado a tratar trastornos de pánico se da cuenta de que la lucha contra el pánico es la misma fórmula que le permite al pánico florecer. Y esto no es una analogía descabellada.

Escriba esta dirección en su navegador y podrá ver un segmento de la cena de la Asociación de Corresponsales de la Casa Blanca del 2006: http://video.google.com/videoplay?docid=-869183917758574879 (24 min).

Aquí se pueden ver los golpes magistrales de Stephen Colbert, bufón de la corte; vemos un intrincado y sofisticado ataque a todas las bases del gobierno de Bush y lo que este significa. Pero luego también vemos —ya entonces, ojalá en total fascinación— la apoteosis final, la celebración jubilosa del presidente. Elogios al camarógrafo de cspan que enfoca la expresión de Karl Rove cuando el momento llega, cuando toda la prensa se pone de pie en una ovación de júbilo para George W. Bush. Y quisiera llamar su atención sobre el hecho de que esto sucede precisamente después, no solo de la intervención de Colbert, sino también de que el propio Bush ha expuesto públicamente todo aquello que está podrido hasta la médula. No llaman a Rove el «arquitecto» por nada, y estoy de acuerdo con el camarógrafo: todo tenía que haber venido de ese genio posmoderno.

Ron Suskind, autor y periodista residente en Washington, pudo, de manera sucinta, entenderlo todo. Dos semanas antes de la reelección de Bush, Suskind identificó muy acertadamente la forma cuasi-laberíntica y al mismo tiempo absolutamente banal de cómo puede llegar a ser imposible de superar, o incluso de interpelar, una «administración basada en la fe».3 A continuación la cita que lo resume todo. En el momento en el que el artículo de Suskind fue publicado, yo lo reenvié a todos mis conocidos. Ahora puedo ver cómo se convirtió en una especie de plataforma conceptual para los críticos de la administración (para mí es claro que la sátira de Colbert también tiene sus raíces en este lugar):

El asesor [de la administración de Bush] dijo que los tipos como yo hacíamos parte de «lo que llamamos la comunidad basada en la realidad», que definió como la de la gente que «cree que las soluciones emergen del estudio juicioso de la realidad que se percibe». Asentí y murmuré algo acerca de los principios de la Ilustración y del empirismo. Él me interrumpió. «El mundo ya no funciona de esa forma», continuó. «Nosotros somos un imperio, y cuando actuamos, creamos nuestra propia realidad. Y mientras usted estudia juiciosamente esa realidad, como sé que lo hace, actuamos de nuevo, para crear otras nuevas realidades, que también podrá estudiar, y así es como las cosas se organizan. Somos actores de la historia… y a ustedes, a todos ustedes, solo se les deja estudiar lo que nosotros hacemos.4

Escriba esta dirección en su navegador y podrá ver un episodio de «Crossfire» de cnn en el que «Crossfire» es, en sí, daño colateral: http://video.google.com/videoplay?docid=889968848656043401&q=crossfire+stewart (14 min)

Por mucho que aprecie los golpes que otro comediante —Jon Stewart— les asesta a Paul Begala y a Tucker Carlson, anfitriones ambos del programa «Crossfire», creo que fueron sus carencias, y no la virtud de Stewart — de la que no dudo—, las que los hizo quedar en el piso. La cosa sucedió así:

Stewart estaba enfatizando el hecho de que «Crossfire», como espectáculo, se basaba en esa palabra, «spinning» que se había convertido en una obsesión en la lengua vernácula estadounidense —el acto de torcer los hechos con sofismas—. Él aspiraba a una «no spin zone» —término que desde entonces es de marca registrada de Fox Noticias. Stewart los castigaba por su tránsito diario por el «carril del engaño», como él caracterizó lo que todos llamaban «spin alley» [callejón del Spin], el lugar donde los expertos luchan con sus interpretaciones sobre los debates presidenciales, mientras que los hechos aún están frescos y maleables. «Spin alley» [callejón del spin] es la famosa idea de Nietzsche de que, en este caso en la política norteamericana contemporánea, «no hay hechos: solo interpretaciones». Stewart buscaba establecer una base sólida, una política consistente, con principios firmes, que se ocupará de una realidad sólida. Stewart venció a los anfitriones de «Crossfire» mediante el uso de recursos retóricos inventivos que estaban al servicio de un viejo paradigma […] que, no obstante, le sirvieron para asestarles unos buenos golpes.


Escriba esta dirección en su navegador y podrá ver un segmento de la cena de la Asociación de Corresponsales para la Casa Blanca 2006: http://video.google.com/videoplay?docid=-1921276117304287501 (11 min)

Cuando el bufón de Carlos I, Thomas Killigrew, afirmó que podía hacer un juego de palabras sobre cualquier tema, el rey le dijo: «haz uno sobre mí». Killigrew respondió que no podía, porque «El rey no es sujeto». Con esta anécdota llegamos a la última parte de la noche de la cena de la Asociación de Corresponsales para la Casa Blanca. Colbert sale de escena y entra un doble de George W. que se para junto al presidente. Este doble de Bush es un ser medio inconsciente, que dice lo que piensa como si estuviera en un trance introspectivo. Lo que está en escena es una farsa poco elaborada, pero, por supuesto, dadas las circunstancias, es hilarante. Bush y su sí mismo rebasan el registro de la irreverencia, que «hace morir de la risa», como proclamaría la vieja campaña de Guiness de los ochenta. Es doloroso ver al verdadero Bush repetir la palabra «nukelar» después de que el actor dice «nuclear». En la cena de corresponsales del año anterior, Laura Bush ya se había burlado de su marido con respecto al mismo problema de pronunciación. Como escribe Félix Guattari, el papel de los medios de comunicación es la producción de subjetividades, y aquí somos testigos de la producción desplegada y desnuda de la subjetividad del presidente Bush: un significante vacío, ahuecado de los medios de comunicación, una ficción, una caparazón sin cuerpo (le président mis à nu par ses media même). Pero no pasa nada: Bush no necesita relleno ni reparación. ¿Dónde está el ingenuo? Usted pensó que había visto una imagen doble, pero la imagen doble que vio, cuando se desató el aplauso final, no era la que usted pensaba que había visto. Porque en medio de la embriaguez de la risa triunfante del que confirma lo absurdo que siempre ha intuido, el presidente pronuncia con gran claridad las palabras que sellan el evento «… les doy las gracias por haberme dado la oportunidad de reír esta noche. Tengo una cosa más que quiero compartir con ustedes, algo que siempre está en mi mente: Dios bendiga a nuestras tropas, Dios bendiga la causa de la libertad, y que Dios bendiga a los Estados Unidos de América».

Cualquier cosa que se haya dicho antes queda instantáneamente anulada y sin efecto. El espectáculo de contingencia ridícula es parte de una larga preparación para un momento absolutamente trascendente: la aparición triunfal del final de la noche, de la más grande de las vorágines, de las ruinas de todo, de la fractura absoluta de todos los valores sobre los que Estados Unidos y Occidente se erigieron. De las cenizas, Bush sale ileso como un mago. La realidad del absurdo sobre el que dicho Poder Ejecutivo está montado se sostiene en su nada, sin que se tenga que buscar ni siquiera un argumento que lo justifique. Leyendo de nuevo la cita de Suskind —los detractores de Bush, aun antes de comenzar a hablar, ya han perdido la batalla—, hay una verdad irrevocable que escapa a cualquier duda, y se expone con toda su fuerza, y sin lugar a dudas, al final; y lo enmarcará todo. Al otro lado del mundo hay criminales de guerra, gobernantes corruptos juzgados por esto y aquello; y a este lado del mundo, el gobierno soberano de Bush («soberano de los soberanos:» la definición de ser «la única superpotencia» en el mundo inefable del derecho internacional). En Homo sacer, el poder soberano y la nuda vida, Giorgio Agamben repite varias veces durante toda su teorización del estado de excepción, la máxima de la paradoja soberana: «Yo, el soberano, que estoy fuera de la ley, declaro que no hay un afuera de la ley».5 Cuanto vi la cena de la Asociación de Corresponsales para la Casa Blanca en Video-Google —lo más sorprendente de la Internet es su función como un embalse reflexivo del vertiginoso flujo de los medios—, recordé un pasaje de ese mismo libro en el que Agamben cita el libro de Ernst Kantorowicz, The King’s Two Bodies: A Study in Mediaeval Political Theology, en el que presenta la noción de un «cuerpo místico o político», «como si el emperador tuviera en sí no dos cuerpos, sino dos vidas en un solo cuerpo: una vida natural y una vida sagrada».6 La increíble hazaña de la puesta en escena de Bush y su doble consiste en una intrincada, y aun así impecable, operación para restituir la separación entre Bush, el ciudadano, el tipo de la fraternidad Gin and Tonic, y algo más. ¿Qué es ese algo más? ¿Quién o qué entra en escena triunfalmente en el último segundo, poniendo fin a todo el sonido y la furia? La «vida sagrada» del soberano. Al otro lado del espectro hay un «combatiente enemigo», quien comparte la misma condición del soberano: la ley no se aplica a alguien que no es «… ni hombre ni bestia feroz, que paradójicamente habita en ambos mundos sin pertenecer a ninguno».

El telón que debe caer

Volviendo a una dimensión más pedestre, no hay gran diferencia entre la sandez de definirse a uno mismo como un «teórico de la conspiración» y la estupidez de cada uno de nosotros que no puede dejar de esperar que algún tipo de telón caiga, que algo sea descubierto. En esta caracterización que estoy haciendo podría definir a un sujeto liberal como «alguien que espera que el telón caiga», y a un neoconservador como «alguien que sabe que no importa». Usted tiene un tiro seguro (un slam dunk) cuando reescenifica el mundo una y otra vez, y está siempre listo para presentar la imagen documental veraz de lo que se había reescenificado.7

La teoría de la conspiración es análoga a la famosa noción de Baudrillard a propósito de Disneylandia: no hay nada que no sea parte de una conspiración, nada acaba de suceder. Así que cuando se señala que algo es una conspiración, automáticamente se le asigna transparencia a todo lo demás. El bienintencionado entusiasta de veinte y tantos años que hace un documental como Loose Change8 con sus ahorros está en realidad trabajando para su enemigo. Ideológicamente, a medida que el documentalista expone más el misterio, y cuanto más su delirio/lucidez lo acerca a un descubrimiento real de las contradicciones reales de la historia oficial, se hunde más profundamente en el barro, al igual que todos los detectives del género noir de Hollywood, que lo han perdido todo en la locura frenética de su investigación. Y por tener una esperanza inconsciente y constante en el público, específicamente en temas de rendición de cuentas y transparencia, Hollywood —también ideológicamente— los rescata una vez han caído en el abismo del alcoholismo. Así que, cuando todo se descubre, sin ninguna sombra de duda, estos personajes siempre experimentan una epifanía. No es así de este lado del arcoíris, no así con el misil que impactó en el Pentágono.

Precisamente hoy

Volviendo al artículo de Keenan, aunque sus argumentos son impecables, él mantiene una idea algo limitada de la noción de imagen. La primera pregunta de su artículo se refiere al momento de la toma de una fotografía (photo op). En otras palabras, su noción de imagen cambiaría si se asumiera el hecho de que la imagen no es hoy en día materia prima, sino que a veces existe para la cámara, del mismo modo que una historia ha sido manufacturada para su cubrimiento. Al tiempo que leía esa reflexión vi un anuncio de la cnn para un programa de corresponsales internacionales, en el que el eslogan era «Cuando el cubrimiento es la historia». Esto para señalar que los medios de comunicación están muy bien conectados con esa dimensión introspectiva, específicamente sobre el tipo de cosas que Keenan aclara muy bien en el contexto de Somalia y Kosovo, casos en los que la imagen del evento y el evento mismo no son entes separados. Pero realmente lo que trato de articular es a que imagen es un término que tiene un alcance que excede con mucho el significado de la expresión foto op. La oposición muy inteligente que Serge Daney propuso a finales de los años ochenta entre producción y programación puede ser muy útil en este caso, y me voy a permitir usarla. Photo op es una expresión que pertenece a la idea de que una imagen tiene una fuerza intrínseca, y que esa fuerza se produce, cuando en realidad una imagen no puede seguir siendo considerada de esta manera. Una imagen se programa: tiene una dirección, se revela en un momento determinado, en una página determinada de una revista determinada; es decir, hay una fuerza detrás de este emplazamiento que arrastra cualquier vigor intrínseco de la imagen al vacío.9 «El movimiento ya no está en las imágenes, en su fuerza metafórica o en nuestra capacidad de editarlas; es en el enigma de la fuerza que las ha programado (y aquí la referencia a la televisión —el triunfo de la programación sobre la producción— es inevitable)».10 Una imagen es una constelación de fuerzas en juego. Tal vez esto también se puede decir por medio de uno de los aforismos clásicos de Godard: «Ce n’est pas une image juste c’est juste une image» («no es la imagen justa, es solo una imagen»). El término producción apunta a la fabricación de la imagen justa, la imagen que tiene poder, aquella que tiene un núcleo sólido, que está bien expuesta y se para frente al mundo; del otro lado está la programación: la activación de la fuerza de cualquier imagen (para volver a ese término, el spin que se le pone a una imagen).

Retornemos a lo que es ideológicamente caracterizado como conspiraciones de «Internet» de izquierda: cosas escritas por locos, sin ánimo de lucro, no dignas del horario estelar, sino para ser difundidas en una Internet de poca credibilidad, periféricas, el bajo vientre de la cultura, cosas sin fuentes fidedignas, que no vienen de expertos, por lo tanto, sospechosas, frívolas y poco confiables. A este respecto algo muy revelador tuvo lugar recientemente: filtraron11 cinco cuadros de video, desde el punto privilegiado de una de las propias cámaras de seguridad del Pentágono, en los que se muestra el avión que chocó contra esta edificación en el 9 de septiembre. Estas imágenes estaban por todo la Internet. A partir de estos cuadros de video, físicos y matemáticos de los que actúan como llaneros solitarios de las conspiraciones hicieron mediciones de todo tipo, y de manera bastante convincente demostraron que un avión no pudo ser el objeto blanco que aparece en el cuadro antes del impacto. Pero ese no es el punto. Judicial Watch, un grupo de interés público que investiga y procesa la corrupción del gobierno, y cuyo lema es «Porque nadie está por encima de la ley», fue a la corte para obtener imágenes de las cámaras de vigilancia de la estación de gasolina de Citgo, el Hotel Sheraton y el Departamento de Transporte del Estado de Virginia, entre otros. Esas cintas, que habrían contenido imágenes del vuelo 77 que chocó contra el Pentágono, habían sido confiscadas solo unos minutos después del impacto, por el fbi, que había actuado de forma asombrosamente diligente. El Pentágono dijo que no podía sacar a la luz ninguna de estas imágenes hasta que no hubiera terminado el juicio contra Zacarias Moussaoui, puesto que estas imágenes se estaban utilizando como evidencia. Así, la expectativa creció, y en el verano del 2006 llegó el momento en el que el Pentágono debía liberar las cintas. Todos moríamos por ver las nuevas imágenes; en todo el mundo la curiosidad estaba en su punto más alto, más aún porque además era supuestamente un caso exitoso del Freedom of Information Act (foia), utilizado efectivamente contra el Pentágono. ¡Pero qué sorpresa!: sacaron las mismas imágenes que ya estaban circulando en Internet. Pero inmediatamente cada agencia de noticias importante mostró titulares que señalaban que las teorías de la conspiración habían sido disipadas de una vez por todas gracias al nuevo video. Se anunció que las sospechas del público se habían resuelto, y se continuó con el siguiente titular. Lo más extraño de todo esto es que Judicial Watch parece no haberse quejado por no conseguir lo que había pedido. Es el truco perfecto de naipes: básicamente se hace subir la expectativa del público con el fin de que este interés luego caiga, y que se aplanche del todo en un puro desinterés. El pequeño porcentaje de personas que estaban al
tanto de lo que estaba en juego se quedó sin palabras.

Mi punto es que hoy en día la batalla de las imágenes se gana sin photo ops; lo que juega es el tempo, el emplazamiento, la repetición; es psicología de la escuela primaria, el tipo de operación que desarma de forma permanente cualquier mente analítica. Cuando no hay un argumento contra una afirmación razonablemente válida, y cuando el no-argumento gana sin siquiera dar la batalla, entonces el análisis en sí se torna un esfuerzo perdido. Si usted tiene que generar explicaciones, entonces usted ya está perdiendo, literalmente está perdiendo el tiempo, porque mientras tanto alguien está repicando la campana que llama a la mente colectiva —en su desorden de déficit de atención— a orientar la atención a otro lugar. Y su argumento, aunque pueda ser irrefutable, permanecerá sin ser visto ni leído.

Un nuevo tipo de jugador

Según el periodista británico Robert Fisk, Hizbulá estaba tan preparado para el último gran conflicto con Israel que su propio canal de televisión, Al-Manar, tenía lista una estación de emisión oculta en un búnker, lista para empezar a transmitir en caso de que su estación principal fuera destruida. Desde el principio, sus cámaras estaban dirigidas a la nave de guerra israelí que se encontraba justo a las afueras de la costa de Beirut, la cual sería el primer objetivo de los cohetes de Hizbulá. Todo salió como estaba previsto, y cuando el ejército israelí pensó que había logrado destruir la capacidad de Al-Manar para transmitir en vivo, la imagen de la nave de guerra destruida por los cohetes de Hizbulá reapareció en los aparatos de tv —el mayor premio para Hizbulá, la imagen del golpe en la cara de su Goliat—. Ellos lo habían programado. Incluso se podría pensar que Hizbulá estaba tan atento a este paradigma de la programación, tan acomodado bien dentro del aparato televisual, por así decirlo, que incluso esperó que la Copa Mundial de la fifa terminara, antes de cruzar la línea del tabú tácito que desencadenaría la reacción desproporcionada, salvaje de Israel, con la que sabían que podían contar. De nuevo, esto recuerda lo que Daney ya había notado como un cambio de paradigma del cine al de la televisión. Deleuze tiene una segunda opinión sobre el mismo argumento cuando dice que la historia del cine fue una historia de la ética y la estética, una aventura de la percepción, y que la historia había terminado cuando la imagen entró en la dimensión de «control», la dimensión de la televisión.

Hizbulá entendió que no era suficiente producir la imagen de un buque de guerra israelí en llamas, sino que además tenía que ser transmitido en vivo. La imagen tuvo que ser programada para una hora determinada en una semana específica de un determinado mes. Nunca Israel había sido visto con la guardia más baja; Hizbulá se había convertido en un tipo
diferente de jugador, guiado por un nuevo paradigma.

Volvamos a la cena de la Asociación de Corresponsales para la Casa Blanca. Colbert, en su intervención, mencionó a Frank Rich y le preguntó al presidente si le hubiera gustado «sacarlo». Repitió dos veces la palabra, por lo que era claro que lo que Colbert quería decir era «eliminarlo» («Sabes, conozco a alguien para ese trabajo…»). ¿Quién era este hombre que supuestamente le estaba haciendo daño a la administración de George W. Bush? Un hombre al que solían llamar el Carnicero de Broadway, y al que los medios de comunicación de derecha llamaban ahora el Carnicero del Corredor —lo que quiere decir el «corredor de la Biblia» [the Bible beltway], los sectores de creyentes fanáticos en la suburbia americana). Rich pasó de reseñar obras de teatro para el New York Times a escribir devastadores editoriales [Op. Eds.], y luego a «lanzar» un libro llamado La historia más grande jamás vendida: la decadencia y caída de la verdad, desde el 9-11 a Katrina. No es una simple coincidencia que un escritor que entiende de teatro pueda ser el mejor dotado para apreciar la verdadera dimensión de la estética de Bush. Admiro su capacidad para describir y exponer los dispositivos, maquinaciones y escenografías de la administración Bush; lo encuentro muy lúcido, excepto por sus conclusiones. La portada de su libro muestra al presidente en la famosa fotografía como Tom Cruise en Top Gun, en el uss Lincoln, imagen tomada en el 2003 como gran guerrero. En una entrevista para npr, Rich explica cómo dicho evento fue específicamente planeado para que la foto fuera tomada a esa hora de la tarde que Hollywood llama «la hora mágica», y cómo fue hábilmente compuesto el encuadre para que la ciudad de San Diego quedara al margen y que pareciera como un triunfo en alta mar o en el golfo. En seguida Rich presenta la intrincada diplomacia que la administración Bush ejecutó para tratar de desconocer el pendón de «misión cumplida» que colgaba detrás del presidente cuando pronunció su discurso de victoria y cómo más tarde Karl Rove admitió que todo había sido un error de «relaciones públicas». Yo realmente no lo creo. El propio Rich está dispuesto a creer que el Gobierno de los Estados Unidos fue a Irak a sabiendas de que no iban a encontrar armas de destrucción masiva. En ambos casos, la campaña de relaciones públicas fue un éxito absoluto. ¿Qué importa si el análisis «juicioso» demuestra que se habían equivocado? ¿Qué importa si se juegan bien las cartas en el momento, cuando más interesa, cuando se es el centro de atención, y se termina donde se quería estar? Rich se mantiene en la idea de una «vergüenza por exposición», siguiendo el paradigma del artículo de Keenan en el que la imagen, con su fuerza intrínseca, es afirmativa o negativa para alguien. Pero allí no está el juego de quien programa la fuerza de impacto de una imagen en la coyuntura del presente, sin importarle cuán absurdo se vea desde el futuro.

Tomemos un caso similar. El procurador general, John Ashcroft, súbitamente convoca a una conferencia de prensa durante un viaje a Moscú para anunciar la detención de José Padilla, un puertorriqueño que se suponía había orquestado la detonación de una bomba sucia —aunque hasta la fecha de hoy no ha sido acusado oficialmente de nada—. Rich descubre que Padilla había sido detenido un mes antes de la conferencia de prensa de Ashcroft. Así que nada estaba ocurriendo en esa conferencia de prensa que no fuera una manipulación deliberada de la opinión pública. O mejor hablemos de «gestión de la opinión pública», para borrar cualquier tono moral.

Hay que darse cuenta de la genialidad que hay detrás de anunciar una «amenaza nuclear» a todos los norteamericanos después del 9 de septiembre, en una conferencia de prensa dictada en Moscú y no desde cualquier otro lugar. La revelación de los engaños sigue y sigue: las redes de información transmiten la propaganda prefabricada por la Casa Blanca para que sea noticia. Pero al final, todo lo que Rich puede hacer con su catálogo de descubrimientos lúcidos acerca de «los maestros del spin y la manipulación de los medios», es decir que él sería menos cínico si la Administración tuviera un mejor record de decir la verdad, si no pusiera «la política por encima de todo». Aquí es donde tomo distancia de Rich: o se juega el juego a partir de la estructuración de una nueva ética, que aprenda a nadar en el infotainment, en el infomercial pospublicitario, o se está atrapado en una trampa; atrapado en el sueño nostálgico de un mundo menos mediatizado. Por supuesto, no hay transparencia, ni un campo de juego justo, así que la pregunta es ¿cómo ofrecer algo otro dentro de la cancha desigual en la cual se está jugando, más allá de descubrir una y otra vez la conspiración que está en juego? ¿Cómo hacer para que ese algo otro no se quede simplemente en señalar la injusticia del todo; no se quede en tratar de avergonzar al otro, forzándolo a un recital de mea culpa que poco importa una vez se han movido las fichas del destino?

Ayer Amnistía Internacional estaba sancionando a Hizbulá por atentar contra la población civil.12 No a Israel, sino a Hizbulá, para sorpresa de todos. Israel se inventa una imagen de sí como un ejecutante ético, lleno de gracia, que realiza ataques quirúrgicos nunca dirigidos a la población civil. Estos famosos «civiles inocentes» son los peones de un juego estratégico. En realidad son bombardeados, no solo literalmente, sino también en el sentido de que son vaciados de carne, como se hace al devorar un crustáceo. Ahora, el concepto de civiles inocentes significa algo muy restringido en los parámetros estratégicos cuasi matemáticos de la máquina mediática de los militares. No vemos sangre cuando escuchamos esa palabra, solo cálculos y números. Como alguien escribió el otro día en Le Monde Diplomatique, el sentido común subyacente es que decapitar es bárbaro, pero matar masivamente en el llamado golpe quirúrgico, es civilizado. Note las palabras: clínico, científico, adecuado. Y sobre todo, cubierto por un sentido de legalidad. Aquí volvemos al principio: los crímenes de Israel en la última guerra son invisibles porque están a la vista. Y me voy a arriesgar, voy a ponerme la soga al cuello al hacer una comparación tabú, una que casi ningún alemán quiere hacer, porque libera la complejidad de lo que los alemanes quieren desesperadamente mantener en un vacío hermético como el horror de todos los horrores, aislado en el pasado. Debo aclarar que se trata de una analogía entre corchetes, solamente en el aspecto de la invisibilidad de un delito: nadie está equiparando Israel al nazismo; y digo esto para evitar la zancadilla habitual que se les pone a este tipo de analogías. Hace sesenta años, en la ciudad donde vivo, la gente estaba empezando a darse cuenta de algo que ya venía sucediendo delante de sus ojos, de tal manera que parecía que no estaba sucediendo. A las personas que vivieron en aquellos tiempos, este es un misterio que los visita obsesivamente: ¿qué se sabía acerca de los campos de concentración? La imagen del exterminio nazi se hacía bajo la perspectiva de la ciencia, la economía, la salud, el derecho, muy lejos de cualquier barbarie. Esto hacía de ese exterminio una imagen de sangre que podía ser vista y no vista al mismo tiempo. El desarrollo sistemático, a lo largo de los años, de las leyes de Núremberg había creado una imagen de los judíos como externos a la ciudad de los hombres, completamente animalizados. Así que su exterminio no fue un asesinato, no podía ser visto como tal, o tal vez solo en destellos, cuando se salía del trance mediático nazi,13 que ha de ser uno de los pases hipnóticos más fuertes que haya visto la historia. Los muertos en el Líbano durante la guerra que Israel libró contra ese país, fueron también una excepción a una regla, una regla según la cual esos cohetes no eran para ellos, por lo que el delito no cae sobre nadie; es, de nuevo, invisible. Amnistía Internacional y sus buenas intenciones enmarcadas en la defensa de los derechos humanos no puede confrontarlos; todas las convenciones han sido honradas. Y sin embargo, esos «civiles inocentes» fueron asesinados.

Metatexto y retazos

Lo mejor al final será empatar al azar con otros retazos de película sueltos.

Hoy el meteorólogo de cnn se vio obligado a decir, con cara seria, que había un tifón que se dirigía a Hiroshima y Nagasaki (creo que su nombre era Shanshan). Hoy cnn incluyó entre sus titulares que el Gobierno de los Estados Unidos de América atribuyó oficialmente el nombre de genocidio a lo que estaba ocurriendo en Darfur —evitando, así, el oxímoron «actos de genocidio» usado con respecto a Ruanda en la década de los noventa—.14 En Berlín fue lanzada hoy una nueva campaña publicitaria de Coca-Cola, con el lema «Vive en el lado Coca-Cola de la vida» (http://www.cokesideoflife.de/html/flash.html).15 En el metro vi su cartel con unos helicópteros simpáticos que volaban en un cielo psicodélico tipo Sergeant Pepper, lanzando juguetonamente bolas de fuego aquí y allá, y debajo de ellos, un desierto rojo. El sitio web también reveló que había una tierna estética militar con soldados tambor de hojalata desfilando y con todo lo demás —por alguna razón soplan sus instrumentos de viento por la nariz en lugar de la boca—. Esta imagen parecía ser una especie de escena actualizada del juicio final del siglo xxi, con un estilo de dibujo animado de los años cincuenta, y un hermoso paisaje onírico de la Tora Bora de los talibanes como telón de fondo. El clip de la tv sugiere algo muy complicado, un detrás de cámara de la cadena de producción de la guerra de la que emerge una gran botella de Coca-Cola —¿una historia metafórica del complejo militar-industrial?—. Se parece a una imagen de una guerra sin fin; una guerra sin fin que valdría mejor disfrutar… como un tarado, como un esquiador acuático del Corazón de las tinieblas en el río Mekong, en Vietnam, o bien relajándose en una Bagdad caliente y apocalíptica, junto a una de las piscinas olímpicas de Uday. Siento tener que decir que «Vive en el lado Coca-Cola de la vida» no es la letra de una canción de Louis Armstrong. Como tampoco lo es «nos odian por nuestras libertades»; color aquí, oscurantista allá, y no le dé más vueltas. Esta es la nueva estética de la que estamos hablando, y no hay una forma
sencilla de resolver el problema.

Collages con publicidad de Coca-Cola. François Bucher.
Collages con publicidad de Coca-Cola. François Bucher.
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