Daniel Ruzo era un hombre tan sinceramente esotérico como puede encontrarse. Su libro, Marcahuasi, La Historia Fantástica de un Descubrimiento, narra la aventura de una década en la Meseta Marcahuasi, Perú, cuyo punto de apoyo es una cámara fotográfica. De hecho, no es sólo la experiencia de una década con una cámara, sino realmente una experiencia foto gráfica en sí, que trasciende la cámara; es una aventura, en la meseta foto gráfica, una meseta que no necesita ser fotografiada para convertirse en una fotografía, puesto que ya es en sí foto gráfica... sólo necesita el ojo humano como eje, y con ello la figuración se activa.
Siguiendo las pautas de Ruzo uno debe imaginar a los gigantes pre-cataclísmicos (o humanos activados) de la cuarta humanidad mientras descubren las formas ocultas en las rocas de la Meseta de Marcahuasi... y trabajan dichas rocas para revelar lo que ya está ahí. El procedimiento que Ruzo imagina se asemeja al de descubrir la imagen de un caballo en las nubes del atardecer, tal como lo haría un niño.
El punto crucial en lo que aquí nos concierne es el modo en que se articula la forma de estas foto grafías de piedras vivientes, la cual se da en el juego entre la roca, el sol y el eje inclinado de la esfera terrestre, con sus ciclos largos y cortos, solsticios, equinoccios y los 27 mil años de la llamada precesión de los equinoccios. La figuración no es bidimensional ni tridimensional, sino de la segunda y media dimensión - como la bautizara Hans Schindler Bellamy en los años 50 - ya que la forma es a su vez escultural y plana, juega con la luz y con la posición del observador. Ideológicamente, antes de visualizar qué imagen aparece en las rocas, es la manera misma como dicha figuración ocurre la que hace visible la esencia de la harmonía: humano, montaña, sol y galaxia son colaboradores por igual, el trabajo no lleva firma (el humano está en sincronía con la frecuencia de su mundo). Tanto el activismo sagrado como el activismo ecológico se expresan en estas formas, los signos de una gran convergencia han sido puestos en juego. Las formas de Marcahuasi exponen el misterio de nuestra existencia (perceptual), revelan exactamente cómo funciona el holograma del universo, donde la realidad corresponde a la imaginación en cada instante, como en un prisma infinito.
La intención es la que crea la figura, aun si no hay mano humana que haya tocado la roca, y esta intención se transmite a través de la forma, en el tablero de juego del mundo tridimensional que cifra las formas invisibles en formas visibles; se trata de la esencia de la magia, un sitio, una cosa, un movimiento cargado de significado y coherencia (la roca como el pensamiento hecho materia). La ciencia habilitada a estudiar esta clase de aparición es aquella que, por lo general, no se presta a demostraciones de laboratorio: no existe condición exacta posible que pueda reproducirse (se necesitaría un universo igual a destiempo para hacer la comparación necesaria y aún esto estaría sujeto a variables inconmensurables); en otras palabras no hay una posible confirmación del evento, las piedras de Marcahuasi siempre seguirán siendo el producto arbitrario de la erosión para el observador que no se suscribe al juego de la creación como un evento que se retroalimenta constantemente; al tiempo que para otro observador son el signo indiscutible de unos acontecimientos monumentales que "impresionaron" al paisaje mismo, y quedaron sugeridos como cicatrices en la piel de la montaña. Ruzo distingue entre lo que llama la ciencia mágica, la ciencia que se abre al diálogo vertiginoso con estos fantasmas, y la otra ciencia, la cual es la piedra angular de nuestra cultura, el eje firme de nuestra seguridad cartesiana.
Partiendo entonces de las intuiciones de Ruzo nos preguntamos: ¿Cómo resistir la oportunidad de ver la fotografía como una metáfora epistemológica? La idea comunmente asociada a la fotografía es la de que “he aquí una prueba”, pero ese no es el lugar propio de la foto grafía. La fotografía prueba que la fotografía existe y nada más que eso. Demuestra que el mundo de los valores relativos ha entrado en juego, un mundo en el cual el todo consta de una serie infinita de imágenes de sí mismo en cada una de sus partes. Lo que concierne a la fotografía es la luz que crea las formas para el ojo (el yo). Aquí es preciso imaginar un juego de dos antorchas: una de ellas representa el ojo (el yo) y la otra representa el sol o cualquiera de sus relevos nocturnos. En tercer lugar tenemos el rayo de la primera y la segunda antorcha que se tocan, o la punta del triángulo, es ahí donde aparece ese holograma que llamamos realidad. La realidad es aquello que coincide con la imaginación. Una fotografía sustituye al milagro de la creación, el primer día de la creación, “que se haga la luz”; todo aquello que ocurre en cada hora consciente e inconsciente de nuestra existencia perceptual. Llegamos así a una meseta que es el ejemplo diagramático de esta dinámica.
Recordemos entretanto un experimento que dirigió un hipnotista (¿no es un hipnotista un fotógrafo sin cámara?). Dicho hipnotista le implantó la sugerencia (¿la fotografía como sugerencia implantada?) a un sujeto de que no sería capaz de ver ni de oír a su propia hija, quien había asistido a la representación con él. Durante su estado de trance, la hija hizo todo lo posible para suscitar la atención de su padre (la regla es que no hubiera contacto físico). No pudo de ninguna de las maneras. Se había esfumado de su universo. A continuación, el hipnotista sobresaltó al público al poner su reloj de pulsera detrás de la hija, tapando por completo su vista del reloj. El señor pudo leer la hora del reloj con gran facilidad, atravesando sin más con su mirada el cuerpo de su hija. El público quedó tan atónito que ni siquiera reaccionó. ¿Qué más se puede decir? En el best seller “Conversaciones con Dios” al hombre que escribe el libro, y/o a Dios se le ocurre una hermosa filosofía que en definitiva abarca aún más que la percepción, y que por lo tanto también la incluye: “El alma concibe, la mente crea y el cuerpo experimenta”. Un admirable diagrama. Al conectar esto con la bella dimensión de la física cuántica de repente estamos hablando del misterio del enigma en el centro del laberinto. La materia se entiende como una ilusión creada por energía atrapada. No hay nada que de por sí sea una forma para el ojo (el yo) cuando el alma decide des-concebir, ya que todo es esencialmente un vacío maleable en el que a nosotros nos toca el papel de creadores. “Que se haga la luz” es el paraje del alma, luego viene la mente, que no posee la facultad de desatender esta concepción, una vez ha sido activada, puesto que la mente sólo es capaz de crear y des-crear dentro de los parámetros que ya han sido concebidos. Por lo tanto, se podría decir que somos nosotros los que hacemos que las fotografías se materialicen frente a nuestros propios ojos, puesto que nosotros las concebimos para después fabricarlas y presenciarlas en el mundo de los valores relativos que habitamos. Volvamos a la cita de Max Planck: “En el Matrix divino (la matriz divina) somos el envase dentro del cual toda cosa existe, el puente entre las creaciones de nuestros mundos internos y externos y el espejo que nos revela lo que hemos creado”. O vayamos a la invención poética de Baudelaire en Correspondencias: el hombre viaja "a través de bosques de símbolos, que lo observan con miradas familiares.". Y es que dichos símbolos procedieron del hombre, dado que somos el laboratorio del enfoque y el desenfoque, de la luz y de las sombras, de la memoria y su obliteración. Es esto lo que cualquier fotografía lleva inscrito, el vértigo mismo de la vida y su caduceo.
No hay nada que no sea luz: energía atrapada y energía que escudriña el universo hasta hallar su próxima formación, su próxima huella en la película de haluro de plata del tiempo; el tiempo, que no es más que espacio, que no es más que tiempo, y así sucesivamente. Es importante dejar algo claro: eso de “que se haga la luz” del primer día de la creación no se refiere a la creación del cuerpo celeste llamado sol. El sol se crea más tarde en el relato del Génesis, en el cuarto día, y ya depende del establecimiento de la primera luz: el tablero en blanco, la potencialidad de toda forma, el imperio del uno y el cero, digitalmente hablando, el jardín del bien y el mal, bíblicamente hablando, y el positivo y el negativo dentro del paradigma electromagnético. Declarémoslo otra vez: nosotros somos la primera luz, el elemento principal, los proyectores del mundo.
Dos citas del libro de Ruzo:
Marcahuasi es la sede de una experiencia paradójica de la forma y, digamos, de la figuración fotográfica. También se puede decir lo siguiente: Marcahuasi es la sede anfitriona del ser paradójico que somos, un anfitrión que alimenta la demencia de nuestra experiencia perceptual. Mientras que un individuo podría descartar a Ruzo como el más absurdo entre todos los hombres el siguiente podría fiarse de su palabra. La mente racionalista verá estas formas como el resultado de una erosión – esa costumbre implacable del tiempo– y la discusión se habrá acabado. Ver figuras ahí, donde Ruzo apunta que están, o descubrir incluso otras en la meseta es un acto de pura fe (para otra clase de mente). Luego está la triple voltereta de fe que Ruzo nos invita a emprender junto a él: nos dirige a un sitio donde realmente se cruzan todos los límites y velos del inconsciente… Hemos de creer en una roca que hay que ver como dos fotografías a la vez: una en su aspecto positivo y otra en su expresión negativa. Un tableaux esculpido deliberadamente, y con alta precisión por una civilización de hace unos 10 mil años que podía imaginarse, o ver nuestra máquina fotográfica para, acto seguido, crear un juego sutil para esa mecánica óptica del futuro.
–El campo de la fotografía es la piedra en sí, no hay un instante de impresión, sino que las piedras son fotográficas antes de ser fotografiadas, de eso se trata.
–¿Por qué fotografías? ¿Por qué no cualquier otro medio de representación?
–Porque dependen de la luz para ser grafías. No son nada en sí mismas, sólo existen en relación con la luz.
–Hice una comparación con el cine antes, cada piedra como el fotograma de un película invisible.
–Entonces, ¿qué te trae a la imagen fija ahora?
–Antes de que la luz la atraviese o recaiga sobre ella, la imagen no existe. De esa forma se contruye la realidad; solo que estas esculturas son metáforas palpables de esa verdad paradójica que a su vez es cinemática, fotográfica y espiritual. De algún modo es la misma reflexión que muchos pensadores occidentales han rozado en el siglo XX (haciéndole eco a muchos pensadores no occidentales que ya lo habían articulado antes).
–El modo de la representación es el mensaje más profundo… que en realidad es presentación porque es irrepetible, como cualquier instante cinematográfico… un movimiento que sólo tiene lugar en la percepción del observador y no en otro lugar al que se pudiera retornar para contemplarlo. No importa que la figuración muestre un león, un hipopótamo o un perro, es el hecho de que se revele algo en conjunción simétrica con el mundo natural. La luz le da vida a la forma y sin luz no hay forma. Por ende nos damos cuenta de que la fotografía es sagrada en sí misma, y entendemos por qué el cine es una forma que piensa por sí sola. La verdad del cine, como la de la poesía no existe: es el silencio o la noche, algo que se materializa en el tiempo presente del crepúsculo y que se apaga hasta que llega de nuevo el alba, el momento de la próxima lectura, el instante del sujeto que mira. El hombre es el secreto y la clave de todo.
–Y cada lectura es un tiempo presente distinto (del sujeto que mira).
–La creación es para el hombre, la creación es del hombre, y cada imagen que descubren sus ojos es creada por y para sus propios ojos.
–Marcahuasi es la metáfora que confirma este misterio: somos nosotros los creadores de todo lo que vemos.
–Es la luz en conjunción con la luz de nuestros propios ojos, parecido al todo en relación con una de sus partes… somos una lucecita en el universo holográfico que nos permite ver el todo fragmentado… Luego está la luz total, que no es un fragmento de nada.
–El futuro se adaptará al vaticinio y la figura se adaptará al garabato, a la piedra y a la nube. Brindará una lectura perfecta, redonda, impecable, repleta de detalles contingentes, de cómo sí tuvo lugar, sin duda alguna para el creyente pero repleta de dudas para el incrédulo. Igual que en el momento de escribirse el vaticinio o igual al momento en que los gigantes amoldaron una roca para que pudiera ser contemplada en un futuro a 10 mil años de distancia. El factor constante es la duda del incrédulo, que crea un mundo de duda, al igual que el testimonio del creyente que crea –una y otra vez– un mundo en el que él mismo puede creer.