Una conversación en línea de múltiples voces, en el foro Esfera Pública con el artista Danilo Dueñas, sobre una nota cultural del periódico El Tiempo.
Es cierto que hay mucha crítica institucional y muy poca crítica de las obras. Además del ejercicio juicioso que algunos asiduos de Esfera Pública (Peñuela, Ospina, Vanegas) comparten con nosotros, quisiera resaltar los textos de Lolita Franco, quien desde hace un par de años viene escribiendo en su blog sobre exposiciones, y lo hace en un modo un tanto descarnado, muy similar a esos primeros textos de Catalina Vaughan y otros esferistas.
Anexo artículo de Lolita sobre las exposiciones de Edgar Cortés y
Danilo Dueñas, seguido por la “nota cultural” de El Tiempo -mencionada
por ella en su texto- donde se puede apreciar el grado de frivolidad a
que han llegado los medios masivos:
Hasta cuando?
La galería Casas Riegner muestra la obra reciente El Extraño Mundo De Danilo Dueñas
— Gabriel Merchán
“…Su aspecto es el de un huso de hilo, plano y con forma de
estrella, y la verdad es que parece hecho de hilo, pero de pedazos de
hilos cortados, viejos, anudados y entreverados, de distinta clase y
color. No sólo es un huso; del centro de la estrella sale un palito
transversal, y en este palito se articula otro en ángulo recto. Con
ayuda de este último palito de un lado y uno de los rayos de la estrella
del otro, el conjunto puede pararse, como si tuviera dos piernas.
Uno estaría tentado de creer que esta estructura tuvo alguna vez una
forma adecuada a una función, y que ahora está rota. Sin embargo, tal no
parece ser el caso; por lo menos no hay ningún indicio en ese sentido;
en ninguna parte se ven composturas o roturas; el conjunto parece
inservible, pero a su manera completo. Nada más podemos decir, porque
Odradek es extraordinariamente movedizo y no se deja apresar.
Puede estar en el cielo raso, en el hueco de la escalera, en los
corredores, en el zaguán. A veces pasan meses sin que uno lo vea. Se ha
corrido a las casas vecinas, pero siempre vuelve a la nuestra. Muchas
veces, cuando uno sale de la puerta y lo ve en el descanso de la
escalera, dan ganas de hablarle. Naturalmente no se le hacen preguntas
difíciles, sino que se lo trata —su tamaño diminuto nos lleva a eso—
como a un niño. “¿Cómo te llamas?”, le preguntan. “Odradek”, dice. “¿Y
dónde vives?”. “Domicilio incierto”, dice y se ríe, pero es una risa sin
pulmones. Suena como un susurro de hojas secas. Generalmente el diálogo
acaba ahí. No siempre se consiguen esas respuestas; a veces guarda un
largo silencio, como la madera, de que parece estar hecho.
Inútilmente me pregunto qué ocurrirá con él. ¿Puede morir? Todo lo que
muere ha tenido antes una meta, una especie de actividad, y así se ha
gastado; esto no corresponde a Odradek.”
Es triste esa nota del Tiempo. Es triste ver como Danilo deja de ser
dueño de su medio y se vuelve una alcancía de los medios. La luz se
vuelve light, el ritmo se vuelve el de Pat Primo, la línea se vuelve
línea de accesorios, la forma es la de la celulitis de las nalgas de una
reina cafetera. Un trabajo como el de Danilo es como el algodón de
azucar, si la coge la mano sudorosa del agitado, se disuelve. Como el
Odradek de Kafka, una cosa hecha de olvidos. Algo que toce desde un
rincón de la casa, a veces con un eco extraño que llama la atención, a
veces, muchas veces, sin eco alguno. Así puede vivir, tullida, enferma y
lejos de la fanfarria y del vaudeville del circo de reflectores de alto
voltaje (”basta el susurro de las hojas del bosque para ahuyentarla”).
En el “center stage” de la máquina frívola del Tiempo esa toz es
tuberculosa. La obra de Danilo es un paradigma del tipo de arte que
“puede morir” (a manos del Tiempo de letras vacías y mayúsculas… porque
le pertenece al Tiempo de letras minúsculas que se arrastran como la
basura). Es como las imágenes antiguas, subterráneas en “Roma” de
Fellini, que al ser expuestas al sol por los arqueólogos, se borran
irremediablemente.
— Francois Bucher
Tu refulgente talla me obliga a escribir. No, en serio.
Tal vez el asombro y la alegría familiar ante un recorte de periódico bastante extenso aparecido en El Tiempo haya suscitado en ambientes más oscuros, quién lo creyera, la reacción de la posible muerte de mi arte. Y en aras de la verdad, pido de paso, que el texto en cuestión sea leído en toda su extensión ya que el texto remitido a Esfera Pública por la Srta. Franco y el Señor Merchán no es el texto completo que yo pude leer en El Tiempo este lunes.
Bueno, pero volviendo al tema, Francois, acaso no te enseñé y no recuerdo si en clase de Taller Interdisciplinario o de Pintura o de Dibujo, que el arte es precisamente, la fuerza de la vida inorgánica y que esta no muere. Sólo los organismos mueren. Sí, nosotros, tu y yo y no la vida.
Y aclaro, y de golpe encontrándome muy cerca de Odradek: no me
interesan los elementos que son visibles o perceptibles tales como cosas
u objetos. Debemos abrir las cosas! le repetí a El Tiempo varias veces.
Y abrir el paso a visibilidades, lejos del mundo de Kafka y de Bucher,
donde no hay formas de objetos, ni tampoco formas que vemos bajo la luz,
sino más bien formas de “luminosidad” y que permiten que una cosa u
objeto exista sólo como un destello, centelleo o brillo.
Y eso es arte. No olvido. Olvido de paso, es una palabra demasiado “literaturezca”.
(Debe ser con “s” pero no me gusta). Pura Picaresca.
Un abrazo,
— Danilo
Creo que era lo más atinado usar como elemento retórico el dato de
que habías sido mi profesor, de pintura, dibujo o taller
multidisciplinario. Porque mi comentario, que fue como un exabrupto
provocado por el malestar inmediato que sentí, viene del respeto hacia
tu trabajo precisamente (magnificado, seguramente por haber sido tu
discípulo, como quisiste recalcar para poner de frente el orden filial:
“mayores en dignidad gobierno y jerarquía”). Viene de la decepción de
verlo mal encuadrado, o para ser más bucólico, mal pastoreado. Y lo que
quiero decir es que es vital que esto se entienda, sobre todo para ese
trabajo que no tiene una narrativa incorporada que lo pueda defender; y
lo que quiero decir es que es tan grave ese tipo de tratamiento de la
creación artística que es capaz de desangrarla hasta la muerte. Para mí
la nota hunde el trabajo en el pantano de la frivolidad, que quede claro
mi eufemismo, que lo podría decir peor. “Qué chistoso este tan loco,
que se la fuma verde y hace sus locuras y vende piezas que ni siquiera
son objetos, y los galeristas sufren porque el loco no trae nada” y todo
eso. Es como los que se burlan de cualquier espacio místico y lo
vuelven una caricatura alegre, “no a usted ya le va a salir
el tercer ojo”. Las cosas tienen peso, la obra de Danilo Dueñas es
importante y es tan difícil saberla disfrutar como lo es distinguir cual
es un buen vino del que se hizo con pastillas baratas de fermentación
acelerada. O cual es un buen guarapo. La cultura de hoy es una cultura
en la que se le pintan una rayas a un pedazo de carne para que parezca
“grilled” y ya, nadie va a notar nada porque ya nadie ve ni siente. No
existe ya ese tiempo lento con el que se aprende a ver, o se aprende a
distinguir, el tiempo en el que crece la percepción. Y ese es el sentido
de la obra de Dueñas. Creo que en esa nota hay una falla en ese
sentido, en el sentido de un auto respeto.
No creo tampoco que la o el periodista que escribe esa nota deba ser pasado al cadalso ni que sea tan de vida o muerte la cosa como lo hace parecer mi estilo literario. Y no estoy atacando a mi pater familiae para sentirme viril y peligroso, Dios sabe que somos animales tan distintos, en tanto artistas, que es una locura que nuestra profesión tenga el mismo nombre.
Cuando me diste clases de pintura, dibujo o taller multidisciplinario yo conocí muchas cosas nuevas. Cosas que no se aplicaban directamente a lo que habría de ser mi manera de operar, pero el solo hecho del misterio que traías, la seriedad, la concentración, la manera de “sugerir lo imposible e indicar que uno lo puede disfrutar” me dejó una semilla. Una de las tantas de la gente que me enseñó. La serie de retratos de “Grace Kelly” de Imi Knoebel se me quedó grabada en la mente “fantasía de la pantalla, princesa de lo real” en colores abstractos. Nos lograste poner en el sitio del misterio, tanto que cuando se acababa el taller hubo una mini revolución contra la directora del departamento porque era tal el deseo de seguir ahondando en eso que nos estabas abriendo que todos queríamos seguir y cancelar el siguiente módulo. Traías un hechizo que estaba flotando sobre cualquier raya, cualquier grieta y cualquier forma, nada más, y con eso habías logrado dejarnos en suspenso, cosa que no es tan fácil. Ese es el lenguaje con la que el artista debe pastorear su obra, sobre todo cuando su obra es una obra callada.
Es es el misterio que se desvanece para mí en esa nota. Y sin ese misterio se marchita tu obra, y esas palabras tan ligeras cierran el abanico en vez de abrirlo… cuando cada texto que toca las mil caras del arte tiene la responsabilidad de al menos intentar lo contrario.
Como el Albatros de Baudelaire, o mejor como Dumbo -la historia que le cuento por las noches a mi hijo- el vuelo de la poesía es delicado. Cuando a Dumbo se le cayó la pluma de un cuervo, que llevaba en la trompa como talisman de auto sugestión, de inmediato iba en picada hacia el suelo… le tuvo que gritar un ratón – Pongo – que estaba en su sombrero, para despertarlo a su propio vuelo.
— Francois Bucher
Las obras de algunos artistas locales con ideas globales solo llegan a la cúspide en la bodega de un avión, en el tránsito entre su lugar de origen y un centro internacional de acopio.
En su país las obras son frontera lejana, incomprendidas, excepción; por fuera son mapa, referencia erudita, patrón. La obra de Danilo Dueñas y su última exposición en la Galería Casas Riegner parece cumplir con esta indeterminación.
En el primer piso hay un local en ruinas, obra de un demoledor ilustrado que practica el desatino controlado que sucede en toda instalación. Según una nota de cultura y entretenimiento su galerista decía: “[Él] no trae nada y a uno le da un ‘yeyo’”. La galerista, continúa el periodista,“ahora respira aliviada cuando ve su juego de iluminación de techo puesto en el piso, los zócalos a la vista y la pared rota.” En el segundo piso la cosa es a otro precio: hay cuadros, nada más.
Se ha vuelto hábito en esta galería que los artistas, tal vez poco a gusto con lo señorero del espacio, los guardaescobas, el piso lacado, la rosas de plástico o el publicitado cóctel de inauguración, destruyan el lugar (“deconstruyan” sería el eufemismo), asusten al burgués y griten, cual criollos, su independencia. Esta exposición continúa la tendencia.
“A Flight (Un Vuelo)” es un viaje del centro a la periferia o de lo “high” a lo “low”, de la estética del mugre a la alienación de vivir la propia destrucción como goce estético, pero no, esas frases suenan ampulosas para lo que ahí se ve: abajo, una instalación, arriba, una exposición tradicional de cosas que se pueden transportar y vender.
Pero lector, no se confunda, lo que Dueñas muestra en el segundo piso es excepcional, un ejercicio sinfónico bien logrado que no decae, concentración y agudeza, contemplación y placer; la obra madura de un artista que ha sido ignorado una y otra vez pues su obra “no parece hecha por un colombiano” y esta falta de color local no marca en el radar del exotismo global.
La exposición quedó atrapada por querer colmar todas las expectativas, la disputa entre la obra y el espacio de la galería hace demasiado ruido, aunque en el segundo piso, el recogimiento de las composiciones consigue la sosegada belleza de la indiferencia, sin inteligentadas, con inteligencia.
“A Flight (Un Vuelo)” quedó en “stand-by” (en espera), y no porque Dueñas no ofrezca lo mejor de sí, sino porque el mercado y la curaduría no saben aterrizar las cosas, tal vez esta crisis financiera sirva para aprender.
— Lucas Ospina
http://lucasospina.blogspot.com/