“…Su aspecto es el de un huso de hilo, plano y con forma de estrella, y la verdad es que parece hecho de hilo, pero de pedazos de hilos cortados, viejos, anudados y entreverados, de distinta clase y color. No sólo es un huso; del centro de la estrella sale un palito transversal, y en este palito se articula otro en ángulo recto. Con ayuda de este último palito de un lado y uno de los rayos de la estrella del otro, el conjunto puede pararse, como si tuviera dos piernas.
Uno estaría tentado de creer que esta estructura tuvo alguna vez una forma adecuada a una función, y que ahora está rota. Sin embargo, tal no parece ser el caso; por lo menos no hay ningún indicio en ese sentido; en ninguna parte se ven composturas o roturas; el conjunto parece inservible, pero a su manera completo. Nada más podemos decir, porque Odradek es extraordinariamente movedizo y no se deja apresar.
Puede estar en el cielo raso, en el hueco de la escalera, en los corredores, en el zaguán. A veces pasan meses sin que uno lo vea. Se ha corrido a las casas vecinas, pero siempre vuelve a la nuestra. Muchas veces, cuando uno sale de la puerta y lo ve en el descanso de la escalera, dan ganas de hablarle. Naturalmente no se le hacen preguntas difíciles, sino que se lo trata —su tamaño diminuto nos lleva a eso— como a un niño. “¿Cómo te llamas?”, le preguntan. “Odradek”, dice. “¿Y dónde vives?”. “Domicilio incierto”, dice y se ríe, pero es una risa sin pulmones. Suena como un susurro de hojas secas. Generalmente el diálogo acaba ahí. No siempre se consiguen esas respuestas; a veces guarda un largo silencio, como la madera, de que parece estar hecho.
Inútilmente me pregunto qué ocurrirá con él. ¿Puede morir? Todo lo que muere ha tenido antes una meta, una especie de actividad, y así se ha gastado; esto no corresponde a Odradek.”
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Es triste esa nota del Tiempo. Es triste ver como Danilo deja de ser dueño de su medio y se vuelve una alcancía de los medios. La luz se vuelve light, el ritmo se vuelve el de Pat Primo, la línea se vuelve línea de accesorios, la forma es la de la celulitis de las nalgas de una reina cafetera. Un trabajo como el de Danilo es como el algodón de azucar, si la coge la mano sudorosa del agitado, se disuelve. Como el Odradek de Kafka, una cosa hecha de olvidos. Algo que toce desde un rincón de la casa, a veces con un eco extraño que llama la atención, a veces, muchas veces, sin eco alguno. Así puede vivir, tullida, enferma y lejos de la fanfarria y del vaudeville del circo de reflectores de alto voltaje (”basta el susurro de las hojas del bosque para ahuyentarla”). En el “center stage” de la máquina frívola del Tiempo esa toz es tuberculosa. La obra de Danilo es un paradigma del tipo de arte que “puede morir” (a manos del Tiempo de letras vacías y mayúsculas… porque le pertenece al Tiempo de letras minúsculas que se arrastran como la basura). Es como las imágenes antiguas, subterráneas en “Roma” de Fellini, que al ser expuestas al sol por los arqueólogos, se borran irremediablemente.
— Francois Bucher