Carta al grupo de Parques Naturales de Colombia, a María Wills, a Santiago Lourido, al Mamo Alejandro y a la familia extensa de sabedores de la tierra, a la testigo Adriana y al semilla Luis Javier.
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El siguiente escrito viene directamente de una encrucijada. Ese es el lugar en donde se abre la necesidad de un texto: de donde proviene? De la sensación de estar acorralado y de tener que hallar un camino por dónde encontrar un retorno al sentido.
El texto viene dictado por el llamado a pensar una obra de Arte en el parque Tayrona – a partir de una invitación de María Wills – y luego por el encuentro con un método de adivinación milenaria Kogui que nos señaló un lugar específico en el parque para el emplazamiento de la obra. Un lugar nada apropiado para la pieza en cuestión desde la perspectiva del artista que conoce las necesidades de su obra. Pero al estar ya dictaminado el lugar por una consulta con el oráculo de La Sierra, empezaba la responsabilidad... de pensar, de buscar... lo más honesto.
El texto también viene del encuentro con una problemática actual: la del retorno de lo sagrado en la toma de decisiones de los administradores de los santuarios naturales, algo inédito hasta nuestros días en el mundo industrializado.
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Al invitarme la curadora María Wills a hacer obra en La Sierra lo hizo porque conocía mi relación con la ciencia sagrada de Koguis, Arhuacos y Wiwas. Hubo una adivinación espontánea que se dio en ese instante, como si cantara el pájaro del augurio. Porque el día anterior se había caído al agua el proyecto de emplazar una obra en la Isla de Pascua y esa misma obra parecía casar perfecto en La Sierra Nevada de Santa Marta. La obra original es un observatorio/ pirámide/ cámara fotográfica concebida originalmente para el desierto de Atacama. Pero allá también hubo un escollo que desvió la ruta y que llevó, entre otras cosas, a perfeccionar la estructura del edificio... y también a perfeccionar el arte de la paciencia. Fiel al camino de las contingencias y aceptado el nuevo destino de la obra, se propuso ubicarla al lado de los Rapa Nui que miran las estrellas desde tiempos del continente de MU. También acepté gustosamente el siguiente cambio de ruta, hacia la Sierra Nevada, la gran montaña-conciencia que se levanta desde el mar con sus cuatro tribus guardianas. Consideré ese sitio como otro lugar perfecto para ese observatorio discreto -cuyo principio más evidente es su carácter de Universal-, como lo es el número trascendente Pi que está en su fuente. Tanto más cuanto sabía de las cuatro pirámides de la Sierra, invisibles para el ojo del no iniciado.
Nada es tan sencillo en el orden del “contacto con lo trascendente” porque la onda del mundo espiritual, sea como sea, viene con ruido del “canal” que la traduce a la lengua de los que estamos del lado de acá y además se muerde la cola, siempre y, de todas maneras. Aprovechando que en nuestro viaje a la zona sagrada de Pueblito tuvimos virtualmente sentado en el carro al personaje folklórico de los Sufi –Nasrudín- acá viene una historia, con código profundo, de las vicisitudes del mundo espiritual:
El rey está cansado de mentiras. Ordena que a la entrada de la
ciudad pongan a un soldado quien estará encargado de detectar
a los que mienten. Si el forastero que desea entrar a la ciudad
miente lo colgarán del cuello. Nasrudín, consejero de cabecera
de la corte, le dice al rey que eso no es tan fácil como él cree,
pero el rey lo aparta. A la mañana siguiente apenas se instala el
soldado llega Nasrudín –quien se había escabullido más
temprano- y solicita entrada a la ciudad. El soldado le pregunta
a dónde va. Nasrudín le dice que se dirige a que lo cuelguen del
cuello. El soldado replica que eso es una mentira. Nasrudín le
dice que ahora sí lo tiene que colgar por mentiroso... pero
evidentemente ya la verdad y la mentira se están mordiendo la
cola porque si lo cuelgan entonces terminará siendo verdad lo
que él había dicho desde un principio.
El sujeto y el predicado no están en orden en los signos que
vienen de otras dimensiones. Al aterrizar en el mundo sensible
el signo del vaticinio revela que su verdad era inabarcable para
cualquier consciencia encarnada; era un tejido infinito de
eventos relacionados, de círculos concéntricos, de causas y
efectos que se pueden vislumbrar sólo cuando se mira hacia
atrás, y desde una consciencia más amplia. La mirada del orden
sincrónico descubre que el zigzag del camino tenía un patrón
perfecto, y que ese patrón es el punto matriz de otro patrón más
complejo. Querer entender un solo evento de estos tomaría una
eternidad. Por eso se afirma que las entidades de otras
dimensiones cumplen a cabalidad con la ley Universal de la “no
intervención”, porque cualquier injerencia en el tejido del
tiempo y el espacio humano tendría consecuencias incalculables,
hasta el infinito.
En un tren un mago archiconocido dice que se van a estrellar y que todos morirán a menos que se detenga el tren y sus pasajeros se escapen a ese destino catastrófico. La mitad de los pasajeros le creen, la otra mitad no. Por ser significativo el grupo de creyentes que lo respaldan el mago logra hacer que el maquinista detenga el tren y los deje bajar. Luego el tren sigue su rumbo y se estrella con otro tren en un empalme de carrileras, y todos los demás mueren. Pero... el tren se chocó por el tiempo empleado en frenar y dejar que se apearan los pasajeros supersticiosos.
Edipo Rey es otro caso de lo mismo: el camino que lo lleva a matar a su padre y volverse esposo de su madre se pone en movimiento el día en que él consulta el oráculo que le señala ese presagio abominable. Al tratar de escaparse del augurio pone en movimiento las ruedas de la máquina que harán que se haga realidad la tragedia. El punto aquí es esa paradoja, que se puede estudiar desde muchos ángulos. ¿Qué es una adivinación?
Percibir una serie de derrotas en un camino es no entender por ejemplo que el tal éxito del proyecto inicial habría significado que no nos habríamos encontrado sentados en una Kankurua1 en la zona arqueológica de Pueblito con Mamo Alejandro, adentrándonos en el tema crucial del Siglo 21: la actualización de las tradiciones, de las “leyes de origen” que se abren a la singularidad; la cita perentoria con la mutación de la raza en el momento del peligro concreto de su extinción; una encrucijada profetizada en muchas tradiciones, la de un roce con lo que parece una muerte inminente y que en realidad son las contracciones dolorosas del plan maestro de la divinidad, para el Gran Nacimiento. Se trata de algo que requiere del hombro de cada quien, porque no está garantizado el paso sin una militancia filantrópica, nuestro llamado de la última hora.
Sin el “fracaso” de Atacama y de Pascua no está el encuentro
con el grupo del Parque Tayrona, liderado por Jefferson, que
está en plena sintonía con esta confluencia arquetípica, en la
que el eco de la voz de la Ley de Origen vibra con fuerza en el
presente. El retorno de lo sagrado está en curso. Pero ese
origen no está en el pasado, sino que está más allá del tiempo y
del espacio. Es un orden secreto, un mástil, un axis mundi, un
rayo que penetra desde otro estado de consciencia, al que nos
toca acceder para caminar lo que sigue; un archivo que está en
el futuro, un recuerdo de lo que va a suceder. Cada vez que una
consciencia lo recuerda, el plan se habilita en el presente,
molécula por molécula, gota por gota; y el sine qua non de este
plan es la aceptación de lo que podríamos llamar el mestizaje
espiritual, la actualización de todas las tradiciones en una
adivinanza extensa en la que todo cobra su sentido original.
Podría pensarse que cuando la adivinación del sabedor, Mamo Alejandro, señaló el lugar de la obra quise que hubiera sido otro el vaticinio porque se antepuso mi ego. Y aplicarían moralejas de las que todos tenemos a la mano. Mi honesta auscultación dice que por ahí no va la cosa. El camino de la vida me ha ayudado a perder el énfasis en el resultado, el camino de mi labor como artista me ha enseñado a pensar todo desde cero cuando cambia el viento y cuando se dislocan las circunstancias. El ministerio del artista es conocer el origen de la obra, y ese origen es inapelable e inmanente a la forma y al marco de la misma. La pirámide, por ejemplo, es un edificio solitario; está hecha para un desierto o una cumbre aislada, requiere de un caminito, una pequeña peregrinación, para acceder a ese lugar de intimidad con el cosmos. Requiere estar inundada por elementos naturales. Todo esto para que la obra SEA y diga con su forma lo que su origen le dicta: soy cámara, soy observatorio, soy maloca nueva, soy pirámide universal y estoy en la tierra sin ningún otro contexto que la invocación de leyes eternas; además, soy una experiencia discreta e íntima, no un lugar de grandes confluencias políticas u otras. Esta obra no se acomoda a otro formato, porque ese otro formato llama a otra obra. De eso hablo cuando invoco el ministerio del artista, saber estas cosas, ser fiel a la visión que dio origen a la forma, es ahí donde se localiza ese ministerio.
Sin embargo, el nombre del proyecto general es “Contacto” y esa visión es abarcadora de toda una constelación de obras de arte. Por eso no es un capricho del destino que haya tenido que ver con un contacto REAL, entre Mamo Alejandro y su familia, María, Santiago, Jefferson, Juan Carlos, Cristóbal, Richard, Orlando, Adriana, Jose ́, Luis Javier. Ese contacto ha llevado a otro horizonte, en el que estamos ahora, como si la pirámide fuera la parte del cohete que se pierde en el infinito cuando se libera la cápsula de alunizaje.
La energía de la nueva obra, la que aparece en el contexto del Parque Tayrona, y que se desprende del otro concepto, es como la nave para alunizar que ya se desprendió del cohete que la impulsaba. La pirámide es como el cohete, otro elemento que terminará en otro horizonte, y ese era entonces su destino.
El concepto Kogui de Aluna: lo no visible, el mundo de lo espiritual, juega poéticamente con el concepto de alunizar aquí.
Alunizamos en la Ciencia de la Sierra, y en un momento sumamente particular en su Historia: el tiempo de un diálogo entre agentes muy dispares que necesitan poder hablarse claro. Es decir, tienen que poder hablarse los sabios conocedores de la Ley de Origen, y los funcionarios civiles dedicados al manejo de los parques naturales. La nueva obra surge de esa encrucijada y por ello es relacional, porque tiene que ver con un evento original: con la cápsula de pensamiento que se desprendió de la consulta con Mamo Alejandro y del encuentro con Jefferson y el grupo de parques. La nueva obra tiene que ver con un lugar de cruce de caminos que queda en 9 piedras en Playa Cañaveral, justo al lado de un promontorio sagrado - lugar de pagamento desacralizado por un edificio ignorante, que otras administraciones de Parques Nacionales emplazaron ahí sin medir las consecuencias que tenía para el territorio y para esa realidad invisible de La Sierra-. La nueva obra tiene que ver con una historia de desacralización de los lugares de pagamento por parte de una institucionalidad que no tenía oídos para oír la voz de los abuelos. Tiene que ver con una propuesta, de que ese dialogo crucial entre la ciencia material secular y la ciencia inmaterial sagrada comience ya.
Lo nuevo llama a un pensamiento inédito, de ese que solo se da cuando se cosecha el fruto de un recorrido en espiral por el sentido. Lo nuevo esta preñado con una verdad que antes no nos era dado ver. Por eso esta situación requiere palabras nuevas que hay que desentrañar. La obra de arte es justamente lo nuevo, y se basa en un respeto total a la inmanencia de la forma como indistinguible del sentido. La obra de arte se asienta en ese respeto al sentido inherente que está en la forma y en su contexto.
El arte contemporáneo es el ministerio de lo nuevo también en el sentido que recapacita la tradición y la salva de su par etimológico, la traición intrínseca en lo que tiene tendencia, por
inercia a volverse letra muerta y forma muerta. En ese sentido el arte contemporáneo es una adivinación, una curva de entendimiento. El instante del arte contemporáneo, cuando oye
el llamado a su destino final, es el “to be or not to be” ser o no ser de Shakespeare. Y en ese lugar precisamente nos posicionó la consulta con el Mamo Alejandro. El Mamo lee la escritura
secreta de la Sierra, y a nosotros se nos llama a ponerla en movimiento en el presente como aquello que nunca fue antes. Caminamos el camino de emplazar una obra en tierra sagrada, pero la obra llega a un punto de parálisis frente al mundo de la adivinación milenaria. Y entonces estamos como los Samuráis de la película maestra de Kurosawa que llamados a defender el pueblo - una acción concreta - se enfrentan a la pregunta existencial de qué es ser un samurái, y qué sentido tienen ellos en el mundo contemporáneo.
El arte es capaz de incorporar o encarnar una verdad que solo es perceptible en sus reflejos, una que no se deja ver de frente. De ese modo, es una a divinación. Un sentido del arte es entonces adivinar, auscultar lo divino, o emparentarse con Ello, tal como sucede en el mundo del saber indígena. El artista es un indígena en este mismo sentido, en el sentido de que es un ser en contacto con lo elemental. Cuando la obra hace su viaje hasta el fondo se convierte en un elemento adivinador, porque se afinca en su inmanencia y desde ahí sugiere una trascendencia, incognoscible como objeto de estudio, pero sí como experiencia inédita de los sentidos. Ahí es donde sucede la apofenia, el descubrimiento de un sentido, una escritura, un patrón, un orden en lo que aparentemente era solo ruido; el mundo como escritura, como bien lo decía Jorge Luis Borges. Cuando acude a su llamado milenario de ser “imagen y semejanza” de la creación y del Creador, la obra pone en movimiento el instante peligroso de la lectura; como la lectura de las burbujas en la yátuca2.
Aquello actúa dentro de “la esfera cuyo centro está en todas partes y cuya circunferencia no está en ninguna parte”. Por eso de lo que se trata aquí es de un sumo respeto al ministerio del mamo en su adivinación, y a la lógica intrínseca del saber de la obra misma que también adivina; porque es entre las dos donde aparece un destino.
En una película mía de 2012 , llamada La Noche del Hombre, La Nuit de L’homme me posicioné precisamente entre dos médiums psíquicos para que sus canalizaciones se cancelaran en el ruido de sus contradicciones y entregaran precisamente la posibilidad
de una nueva adivinación que era nada menos que la de la obra
de arte misma. Ahí está tal vez resumido lo que sucede cuando
se toma en mano la responsabilidad de la lectura propia frente
al caos del mundo. Al no tomarse esta responsabilidad se cae en
la trampa de la respuesta inapelable del Padre autoritario, y por
ahí se escapa por el lado de lo fácil al ruido y el aparente
sinsentido del mundo. Es como si se fuera un sujeto del Viejo
Testamento. El Nuevo Testamento, en cambio, en un sentido
filosófico profundo, inaugura la horizontalidad del hijo y rompe
la verticalidad de la respuesta indiscutible desde arriba. Ahí está
uno de los sentidos de lo cristiano al que me suscribo sin la más
mínima fricción.
Quien abre los oídos a la señal débil del mundo espiritual entiende que esa señal está en un devenir constante. Para el escéptico esto es prueba de que hay algo poco confiable, o de poca fidelidad en esa señal. Pero es lo contrario; la señal es débil en tanto que es una de las posibles manifestaciones de un principio unitario con infinitos reflejos e infinitas interpretaciones en esta dimensión y en otras. Además, es una señal totémica y depende del nivel de consciencia del receptor a qué nivel de la verdad de esa señal se sintonizará. Así, por ejemplo, al tratar de entender que hay detrás de la ciencia de las tumas3 van apareciendo versiones que parecerían no corresponder. Toca pararse en un lugar liminal, en la frontera entre dos mundos... el lugar del ruido. Esto sería idéntico a entender el hecho de que los Mamos requieren de una danza de cuatro días y cuatro noches para poder acceder al estado de consciencia donde se encuentra la percepción de una realidad en la cual la Sierra Nevada está compuesta de cuatro pirámides. Una realidad que solo es perceptible en estado de trance.
En las montañas y en los lugares recónditos la señal celular se vuelve como una metáfora de lo que quiere decir “hacer contacto”, en el mundo espiritual. En la Ciencia sagrada de la Sierra Nevada hay varios métodos de adivinación milenarios, uno es la yátuca ya mencionada, otro es un aplauso sutil que se usa para saber cuál de dos vías ha de tomarse cuando se camina por la montaña. Lograr que entre una llamada al celular de un mamo es como una adivinación para el que lee así la interferencia de la topografía de la sierra en la señal de la telefonía celular. En la ciudad la señal es diáfana y llega a cada rincón de la urbe y por ello constituye en sí un olvido, del cuerpo de la señal, de las particularidades del movimiento del cuerpo del usuario en el espacio. En la Sierra Nevada hay esuamas4, coordenadas donde la señal del mundo espiritual es asequible; en el mundo de la telefonía celular también hay coordenadas precisas donde entra la señal de Claro o de Movistar: no se recibe la misma señal encima del muro que está al lado de la recepción cerca de las cabañas de Arrecifes que la que se recibe en la playa. Así el que se desplaza para captar una señal clara está expresando metafóricamente la realidad de los esuamas de la tierra. Esa metáfora es extensa, se puede decir que en cada lugar de la tierra se reciben señales distintas y complementarias.
Cada lengua además es capaz de articular un aspecto distinto de las señales infinitas que llegan de más allá de la frontera de lo visible, y que son, sin embargo, y de forma paradójica, absolutamente inmanentes a la lengua que las expresa. Y así con cada ser que es una huella digital irrepetible del Universo con una verdad resonante que solo a él o a ella le corresponde oír.
Tal como son nuevas las burbujas en la superficie del agua de la totuma cuando el Mamo deja caer la tuma, así mismo es nueva la obra que canaliza Aluna. En ambos casos lo que importa es con qué consciencia se consulta. Porque el sustrato profundo del sentido de la adivinación es el silencio de quien interpreta. Ser indígena es volver a relacionarse con la Verdad, sin titubear, aún si se viene del mundo Occidental. Porque la lógica elemental del “mundo como adivinación” permite estar en diálogo con esa palabra – la Verdad – no como metafísica conceptual sino como evento, como Singularidad Universal. Es decir, como algo que nunca se puede mirar de frente y nunca tiene un punto final, ya que es reflejo múltiple y caleidoscópico;
y es inabarcable. La Verdad de la adivinación hace zigzag en el mundo como hace zigzag el camino al encuentro con la verdad que canaliza la tradición, aún en lo prosaico de los celulares que quedan fuera de rango y que ofrecen una lectura oracular improvisada: la suerte que hace que coincida una llamada con el preciso instante en el que el celular está en el rango de la señal es una sincronía mágica. Si en la montaña se usó un aplauso adivinatorio para saber qué camino seguir, en la intersección con el mundo de los abuelos el oráculo puede ser el éxito de una llamada que no se logró durante muchos días y que finalmente se logra. Luego, al encontrarse con el Mamo y su adivinación milenaria viene otra consulta híper oracular: “cómo se encadena mi propia adivinación con la suya, como ausculto mi fuero interno para que mi recepción de su palabra adivinatoria no sea un evento en el que soy condescendiente, en el que exhibo una falsa modestia, una falsa empatía, o una culpa secreta por mi posible irrespeto o escepticismo de su ministerio antiquísimo, o un facilismo en el que me rindo como un niño en una devoción desmedida a la “tradición””. Todo ello no me dejaría pensar en el presente, ni en lo nuevo de la intersección.
En la frontera entre Aluna, lugar del pensamiento puro, y el mundo pedestre están los elementos, “lo elemental”. Las plantas, el fuego, el agua bautismal, el aire como prana, el Sol Padre, la Luna Madre, la coca con su información cósmica, el tabaco, entrega de los ancestros. Como se dijo antes, volverse indígena de la tierra es relacionarse de nuevo con lo elemental. Es vencer ese prejuicio de sentirse otra cosa que “el ser de la tierra”, como al principio de los tiempos. Hay una energía vieja y cansada en la que los blancos o mestizos –los seres sin tradición- nos auto percibimos como incapaces de ser partícipes de la sabiduría ancestral. Como si fuéramos un elemento artificial que consulta con los sabedores de la tierra, llenos de culpas y de pecados que no se pueden expiar. Esa es la vieja energía; pero hay una nueva energía en la que cada cual, por más recóndito que esté su origen, es heredero del conocimiento, merecedor de él, y es un adivinador que vive en la frontera. Ese heredero solo tiene que recuperar sus derechos a la existencia dentro del orden sagrado. Ser humano en el planeta tierra, como al principio de los tiempos, esa es la esencia del cambio; y estar en relación a cuatro elementos que siguen siendo la base de la vida, antes como ahora, y en relación a todos los demás elementos secundarios que se desprenden de esa matriz. Con ello ese blanco o mestizo deja de sentir que una planta y un ritual de conexión solo le pertenecen a los de la tradición de pureza milenaria; y se pone en el camino difícil e incómodo de volverla a entender, y de volver a vivenciarla. Hay dos corrupciones distinguibles que a cada grupo nos corresponde entender:al blanco o mestizo le toca entender la corrupción de la acumulación sin sentido en el plano de lo material, cuyo vicio es fácil de percibir. Pero al sabedor indígena también le corresponde un entendimiento: el de entender la corrupción implícita en acumular en el plano de lo espiritual, cuando es cristalina la verdad de que ha llegado la hora de abrir ese conocimiento para todos; para que pasemos la parte peligrosa del alumbramiento a una nueva forma, como raza humana.
El personaje folklórico Sufi que nos acompañó en la subida a Pueblito tiene otra enseñanza que nos viene bien para lo que sigue:
Nasrudín vive cerca de una frontera donde es prohibido el contrabando. A duras penas los agentes aduaneros dejan pasar la paja vulgar. Todos los días Nasrudín llega con su burro
cargado de paja a la frontera. Los agentes revisan la paja minuciosamente, y por la tarde él regresa y pasa nuevamente la frontera. Al cabo de pocas semanas Nasrudín se ha enriquecido notablemente y no lo oculta. Los agentes de la frontera revisan
cada milímetro de la paja, miran en la boca del animal, desnudan a Nasrudín. Nada.
Años más tarde un agente se topa con Nasrudín en otro país y le ruega que lo saque de la duda que no lo deja dormir desde hace años. Le pide que le explique qué mercancía ilegal estaba contrabandeando años atrás. “Burros” es la sencilla respuesta.
En esta alegoría está una clave recurrente del llamado “mundo espiritual”. Donde se mira en un primer lugar no es donde está sucediendo el asunto crucial. Hay que botar todas las presunciones que se tienen sobre dónde es que pasa la mercancía: en este caso una señal que parece invisible, porque no estamos aun abriendo los sentidos que podrían percibirla. Mirando para atrás, como el agente burro que creyó que el burro era mula, vemos el patrón y se nos hace clara nuestra ceguera.
Todo esto es para llegar a un punto: en la adivinación del Mamo Alejandro apareció una bifurcación. Se salvó una primera obra de quedar donde no debía quedar -y de plano de desaparecer- y apareció una segunda obra - obra negra aún - producto de la encrucijada. Cuando Luis Javier - inversionista semilla del proyecto - me hizo la pregunta sobre qué había yo recibido de la experiencia respondí sin dudar “un regalo”. El regalo del pensamiento que he intentado plasmar aquí y que es parte de una tesis a la que vengo siguiéndole el rastro desde hace años, en textos como este.
Primero es necesario mencionar lo que les es común a las dos obras, tanto la que buscará su emplazamiento en otro horizonte como la que busca brotar de la consulta con el Mamo y del tema candente del reencuentro con la sabiduría ancestral por parte de la institución de Parques Naturales de Colombia:
Lo que les es común a las dos obras:
1) La impresión de la luz como método de adivinanza. El rescate
de lo fotográfico como expresión de lo sagrado.
2) Los números trascendentes como portales dimensionales,
cifras del orden de origen del espacio y del tiempo.
3) El recinto ritual como reflejo del todo, arriba como abajo y en
el centro como en la periferia.
4) La gestación de la singularidad, el nacimiento de lo nuevo.
Y ahora lo diferente en cada una de las obras:
Y ahora lo diferente en cada una de las obras:
A) LA OBRA ORIGINAL
La pirámide, observatorio, cámara es un elemento/evento Universal sin contexto político, aún en el sentido más abarcador de esta palabra.
B) CONTEXTO DE LA NUEVA OBRA A PARTIR DE LA ADIVINACION
DE MAMO ALEJANDRO
Primero vamos a la descripción del lugar que percibió el Mamo Alejandro como adecuado para la obra al consultar sus sueños y luego confirmar con la yátuca. Mamo Alejandro percibió que un lugar en 9 piedras en Playa Cañaveral era el sitio donde debía ir emplazada la obra. El lugar es en plena zona de operaciones de Parques, en medio del territorio donde se reciben y se guían a los turistas que llegan a visitar el Tayrona. Hay una explanada de palmas taladas denominada “zona de camping”. Poco la usan los turistas, que prefieren acampar en un lugar más agreste, como la zona de Arrecifes.
También es necesario replantear lo acontecido en la noche de la consulta en la Kankurua. Lo que pude comunicarle al Mamo Alejandro, usando todos mis recursos, fue que gente como nosotros éramos lo nuevo. No somos el antropólogo, tampoco el documentalista, sino uno de los que caminan el mundo del saber tradicional buscando su propio lugar, y entendiendo lo qué es ser indígena desde el grado cero, en lo personal y no desde la mitificación. También entendiendo todo esto desde el ministerio de lo nuevo que es el quehacer del arte contemporáneo. El Mamo Alejandro lo entendió, y su adivinanza posicionó esta obra de lo nuevo en un lugar del parque donde se juegan - hasta ahora de forma cacofónica - el código ancestral por un lado y por el otro los códigos civiles de los que buscan ordenar el caos de la depredación del turismo contemporáneo. En ese contexto viene la siguiente obra.
Se trata de una Kankurua de 12 metros de alto, emplazada en 9 piedras, en Playa Cañaveral, en el cruce de caminos, construida
con un gran énfasis en los números de la arquitectura sagrada tradicional Universal. Tiene en su ápice un lente y una plataforma colgante donde se pueden ver la luna y los astros proyectados, y donde se inauguraría una suerte de consulta nueva dentro del espacio ceremonial: la foto grafía tornada literal y conceptualmente en un método de adivinación. El evento de la impresión de la luz olvidado por su excesiva presencia -como el burro que pasa desapercibido, en la historia del contrabando- en un mundo que se auto percibe como secular. Un mundo que sin embargo tiene en su seno las herramientas para re ligarse – etimología de la palabra religión – con el cosmos circundante.
La función de la Kankurua es ante todo la formación de un congreso de sabios donde se reúnan las tribus vivas de la Sierra -tres representantes de cada tribu -con tres representantes de la tribu de los mestizos sabios- de los que han hecho camino en recuperar su relación con los elementos y a la Palabra que concilia los mundos.
La estructura estaría dada para que haya doce puestos en la circunferencia y uno más en el centro. El decimotercero, es un puesto rotatorio según se determine quién es el sabio que puede liderar el proceso, en una conversación subrayada por la intención certera de volver a hablar en el marco de la sabiduría. Esta Kankurua sería el lugar de la liminalidad, de la intersección de los saberes, ideada para que se construya una conversación real entre los actores sobre las acciones a seguir en el territorio.