A solo un año del final de la Segunda Guerra Mundial, en el cuento Deutsches Réquiem, Jorge Luis Borges capta que el verdadero destino de los nazis era trans-histórico. De tal forma, la noche antes de su ejecución, un criminal nazi sonríe tras entender que el destino de ese movimiento de fuerza nuclear tornada hacia el mal, no era ganar la guerra sino reinsertar al mundo en “la ley de la espada”, la ley del hierro “¿… qué importa que Inglaterra sea el martillo y nosotros el clavo?
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Esta noción de presencia del pasado esta en sintonía con la que plantea Sagan, y además alrededor del mismo tema: lo invisible del acertijo más complejo del Siglo XX, la naturaleza esotérica, biopolítica de la Alemania nazi, cuyo destino es ser alquimizada, en el momento preciso del peligro, ahora «not on the last day, but on the very last». Transformada hacía la otra cara de la fuerza. La frase polarizada habla de una batalla localizada en un tiempo y en un espacio extraños, incomprensibles, un patrón que viaja por encima, por debajo y al lado de la Historia que reconocemos ahora. Ninguno de los actores del teatro están localizados en un momento histórico, y ese es el gran reto para el pensamiento contemporáneo; análogo al de un paciente en psicoanálisis que vive bajo el dominio del trauma y que debe recordar, (hilo de Ariadna), para entender y cambiar su ahora. Los actores de la guerra son puntos de calor en el tiempo. Todas las ondas del pasado están jugando en el presente, y por eso, de plano no son del pasado. Ruido cósmico de fondo.