Me impresiona lo fractal de la discusión sobre lo político y lo no político. Cada cual desata la furia de una ética más alta que la del otro antes de que venga un tercero y le haga otra horquilla al asunto. La miopía que cada cual reconoce con gran destreza en su contrincante es como la astilla de una parábola bíblica. En esta tarima hay un actor al que le corresponde “creer”, por un lado, que algo hay que se puede hacer desde el espejismo conceptual del arte; que algo se puede hacer con las imágenes del mundo; que una imagen a veces puede asomar su cara en el lodazal del tedio y el sarcasmo contemporáneo; al otro actor le toca exponer las mentiras del primero; desvestir su cuerpo hipócrita de burócrata que calcula en secreto que aparentar “creer” en el poder del arte -de agenciar trastornos simbólicos en lo social- lo legitima y lo valora. O si no desenmascararlo como idiota o como ingenuo.
A este segundo actor le toca salvar algo, sentar un paradigma. Tácitamente, aunque pueda desmentirlo de labios para afuera, salva tan solo lo que se ciñe al marco labrado y bruñido por la tradición; lo que se niega heroicamente a pactar con lo nuevo -con la imagen de la guerra por ejemplo, que solo les corresponde pastorear a los medios-, lo que se rehúsa estoicamente a comprometerse con lo que no es de su parroquia… porque eso al menos sí es honesto, arraigado (no me den trago extranjero).
A ambos actores este enfrentamiento los pone a circular en un libreto que no los deja hacer otra cosa que reformularse, como dos carneros de cuernos en espiral.
Hay un vacío en esa discusión; está quemada, arrasada esa tierra. Es como la discusión sobre el cabezazo de Zidane, entregada a la trifulca repetitiva de si está bien o si está mal; de si es héroe o si es villano; o de qué le dijo el Judas italiano. Pero el cabezazo fue magnífico y muy poca gente le ha dado el tiempo que se merece, ni le ha prestado las palabras que abran de par en par el evento -el “gesto”, como lo llamó el propio Zidane-. Otro cabezazo, en otro momento no le toca el corazón a nadie, pero este sí. En el tacazo pedestre a los cojones que hizo Rooney no hay sistema, por ejemplo, no hay una ética, no hay estética, no se vislumbra la dimensión pavorosamente humana del acto atávico de Zidane. El uno hay que pensarlo, ES UNA IMAGEN que retumba y resuena. El otro, el de Rooney no es una imagen, no es un gesto, no tiene universo que lo soporte, es como un espasmo.
Discutir sobre oposiciones abstractas en el arte conlleva a poner la pataleta atáxica de Rooney y el cabezazo preciso de Zidane en el mismo saco. Lo que importa, siempre, sea entre los pintores del cinquecento o entre los llamados artistas “post estudio” del siglo XXI es que hay gestos que SON IMAGEN y otros que no lo son, aún dentro de la práctica de un mismo artista, por lúcido que sea. La palabra de la crítica, es la palabra que se adecúa a abrir el misterio de esa diferencia. El reflejo de saltar a las barras bravas en cada estadio, y en cada salón de juego pasa de alto la oportunidad de que esa función pueda darse.
Hay que pensar porqué Zidane nos dejó a todos suspendidos en el misterio de esa imagen. ¿Es político? ¿No es político? ¿Es plástico? ¿Es deportivo? ¿Jodió a los niños del mundo? Que los niños cierren el libro de mitología griega que tenían que leer de tarea, porque hoy tienen el cabezazo de Zidane para formarse una imagen del mundo.