Introducción y condiciones generales
Existe la necesidad de una amplia gama de inteligencias, un amplio espectro en la conversación en torno a la palabra Antropoceno; esto es lo que todos percibimos que el concepto nos exige. Pero hay una gran brecha entre la intención y la puesta en escena real de este diálogo de voces plurales, con diferentes concepciones acerca de la naturaleza, el cuerpo y los elementos. El sentido común occidental todavía impide, en muchos casos, que otras formas de conocimiento entren a la sala de conferencias; hay un bucle desesperado en juego, uno que confirma sus propias premisas, aun si esas mismas premisas y el lenguaje nominativo, referencial del que vienen, son la raíz de la enfermedad que se quiere curar. Y ello hace que la cacofonía destructiva continúe su curso. La palabra Antropoceno es, en sí misma, una llamada que hace el geólogo —hecha de forma casi inconsciente— a todas las demás ciencias, al filósofo y al artista; un llamado a pensar «quién es el hombre» dentro de la esfera occidental de pensamiento. Acá localizamos el argumento: para la mayoría de las culturas tradicionales, el Antropoceno sería una era o una condición que desde siempre ya habría sido entendida. La sombra del hombre sobre el mundo siempre se ha tenido en cuenta en estas culturas, en todo tipo de imágenes refractadas que aparecen en diversas mitologías; y esta sombra ha sido puesta en escena mediante diversos procedimientos, como el de la ofrenda o el pagamento. En muchas de estas cosmovisiones el ser humano estaba codificado, en la matriz del mito de origen, como el guardián consciente de un metabolismo que constantemente necesitaba de reabastecimiento, un escritor del código que mantiene el impulso vital de la cocreación coherente.
Las concepciones del mundo que están dadas en términos como Pachamama (Madre Tierra) —consideradas por la mente occidental como una fantasía infantil— están otra vez sobre la mesa, y la conversación en torno a ellas se ha vuelto crucial. No nos estamos refiriendo a la Pachamama que se moviliza como una posición política pragmática; no se trata de las versiones del término que emergen de las articulaciones de los nuevos pensadores de la geopolítica y de la nueva idea de una ecología forense. No se habla de la Pachamama como una herramienta utilizable para las luchas indígenas. Estos usos pragmáticos tienen muchos argumentos sólidos y operativos, y son importantes para todo tipo de luchas políticas urgentes; pero dichos usos se ubican en el lugar en el que Pachamama se ha tomado prestado como un concepto, un término, un sustantivo, y por lo tanto está divorciado de su existencia como verbo, de la forma de vida que ella conlleva. En el terreno discursivo estamos de acuerdo en el carácter no esencialista de la palabra; podemos también ponernos de acuerdo acerca del uso de posiciones temporales —que son contrarias a cualquier tipo de cosmovisión tribal—, tales como la utilización del argumento eminentemente capitalista de la biodiversidad —en momentos
en que es urgente actuar para salvaguardar un ecosistema de los depredadores
industriales—.
Sin embargo, hay otra gran salvaguarda de la que queremos hablar: la conexión con esa misma forma de vida que se evoca con la palabra Pachamama, y con muchas otras como ella en todo el mundo, evocaciones que no pueden ser movilizadas como herramientas políticas conceptuales, puesto que su verdad reside en su fuerza relacional, en una visión de la experiencia del ser humano en la tierra. Así que hay estratos profundos subyacentes que no pueden ser tocados por la conversación de posiciones pragmáticas y de sujetos cambiantes en los contextos geopolíticos siempre variables. Volver a la concepción del mundo que se esconde dentro del término Pachamama, y actualizarla de maneras nuevas y singulares, es una conversación muy diferente. Y esta es la conversación que proponemos.
La cuestión podría ser la siguiente: «¿cuándo perdimos de vista el hecho evidente de que somos parte de un metabolismo?». La mutación radical a la que estamos enfrentados ahora es que no puede haber más fantasías acerca de no ser un nativo del planeta tierra. No hay lugar, más allá del campo tribal, donde podamos colgar nuestro sombrero de explorador, y
sentir que hemos terminado con nuestro trabajo de campo. Todos estamos incluidos, de facto, en esa zona, y las viejas preguntas básicas que parecían haberse quedado atrás retornan en espiral; el arquetipo habla, rompe la linealidad y las ilusiones de progreso, y el tiempo se aquieta. Los nativos están sentados a la mesa; hemos mutado en ellos, o ellos han mutado en nosotros, actualizados en nosotros. El pensamiento mítico y las técnicas de lo ceremonial no son traídos a la mesa como un «otro antropológico»; ellos son la actualización del tipo de pensamiento holográfico que un habitante del entramado hiperdimensional de la selva amazónica naturalmente vive, en el que la parte expresa siempre el todo, y donde la imagen y la palabra expresan universalidades singulares. Este es, por lo tanto, el lugar de los procedimientos de curación, que tienen múltiples consecuencias en múltiples escalas, simultáneamente.
Durante el seminario Tecnosfera Coevolución, en el Campus Antropoceno 2014, en la Haus der Kulturen der Welt, en Berlín, el químico Armin Reller narró una especie de historia de los metales. La historia tenía el mismo tipo de cualidades que una narración mitológica. Precisamente eso nos llamó la atención. Los nuevos compañeros que tenemos en la superficie de la tierra, los minerales y los metales, extraídos para hacer teléfonos inteligentes, son ahora fuerzas que deben tenerse en cuenta, puesto que son sacados de las profundidades en donde solían habitar. Entender la existencia multidimensional de estos elementos es parte de nuestra tarea actual. El abecé de este asunto es fácil, tal como el geólogo Peter Haff lo dice sucintamente: «—Necesito carbón». El xwz: «—¿Qué procesos sin fin son movilizados cuando yo obtengo ese carbón?»… Esta pregunta nos conduce a otra escala del asunto. Esta otra escala exige de gigantes, y ¿dónde están esos gigantes que puedan conversar con esa realidad tan abrumadora? El gigante es la intencionalidad humana a una escala que no concebimos como posible. Este es un gran cambio de escala, otra escala en el tiempo. Otros pueblos de la tierra dejaron cartas abiertas para que fueran leídas por otras civilizaciones posteriores a su extinción de la faz de la tierra. Ellos claramente entendieron ciclos de grandes extensiones, y este factor fue una constante desde México o China hasta Egipto. Este tipo de diálogos, en ciclos tan largos como pueden ser 26 000 años,
tuvieron lugar en nuestra historia, y la evidencia de ellos es tan solo reconocida a medias hoy.
Hablamos de una zona en la que las metáforas están vivas, de frente a nosotros. En una mentalidad mitológica y alquímica hay elementos que están presentes dentro de la narrativa, como si fueran entidades vivas. Están animadas para que puedan ser interpeladas; o viceversa: ellas pueden ser interpeladas porque se reconoce que son agentes reales, compañeros de viaje. Su escala es imposible de aprehender mediante la observación material; ellas son perceptibles únicamente como reflejos, que es como el mito cobra vida como fuerza que puede hablar con ellas por medio de reflejos y refracciones. Una sociedad que tiene el maíz como su compañero entiende que hay un dios del maíz al que debe considerar. Y no hay final en esta historia, ni una posible disección antropológica de la misma, dado que lo que nos afecta directamente en la actualidad está escondido en la poesía que nos conduce a otra relación con la matriz: el lenguaje, el código. En la cosmovisión chamánica es precisamente por medio de la intención canalizada en imágenes y palabras que la curación se lleva a cabo: ese es el lugar donde todo es posible. Proponemos una actualización de estos sentidos atrofiados.
El geólogo Peter Haff anima la tecnosfera para nosotros: por ejemplo, él habla de la energía, que ella se «come». La tecnosfera se convierte en un egregor. Egregor se le llama a una formación psíquica derivada de la fuerza psíquica colectiva. El pensamiento mítico visualizaría que después de comer esta energía psíquica, un egregor cobra vida, animado por la fuerza que cada una de sus partes le está inyectando. Y en este caso se puede entender que cada una de sus partes se ha convertido en materia inconsciente. Toda esta materia inconsciente se lee exclusivamente como energía por el egregor que simplemente la adquiere para su sustento. Para hacer esta imagen aún más clara podríamos mencionar el arquetipo del Diablo en la baraja del tarot de Marsella: en ella se muestra una figura que es más grande que los seres humanos, aquellos que la crearon y a quienes ahora ella aprisiona; los tiene atados del cuello con correas. Para confrontar la pregunta sobre qué clase de agencia puede haber frente a una formación psíquica automatizada como la tecnosfera, proponemos las técnicas de curación que el mundo chamánico tiene a la mano. Sugerimos que la tecnosfera también puede ser una imagen de curación: se puede convertir en una entidad que se invita a la mesa, y puede ponerse en juego mediante las técnicas de lo ceremonial, de la misma manera que un taita constantemente les hace frente a las enfermedades somáticas para evitar que se manifiesten en su tribu. Cada semana, cada día, cada hora, el origen y lo elemental deben estar presentes en nuestra vida, precisamente para que no nos olvidemos de la vida.
Esta es una extrapolación que viene de pensar holográficamente (la escala es una ilusión en el holograma). Eso es una ceremonia chamánica: una movilización, siempre y necesariamente concebida en relación con el origen y con lo elemental. El término tecnosfera puede ser uno de los espíritus en una zona mitológica, y podemos abordarlo y engañarlo, tal como el héroe le juega trucos a un dios en una historia mitológica. Un dios siempre fue un elemento, un compañero: Venus es el cobre, Venus es el planeta, Venus es mujer, Venus es una fuerza psíquica que da rienda suelta a la pasión; Venus, como cualquier otra fuerza más allá de la escala humana y de la intencionalidad individual, es totémico, un tótem fractal.
Esta propuesta nos visualiza en una zona cero, donde es posible alcanzar nuestro propio cuerpo, alcanzar holográficamente la dimensión elemental de la tecnosfera, con el fin de reorientarnos en un camino diferente hacia la palabra y la imagen.